Valdecebol |
Esta vez, de ruta por la montaña palentina, y con el objetivo de alcanzar, el pico de Valdecebollas. Tomamos la salida desde Brañosera, que por cierto es el municipio mas antiguo de España, tiene un fuero otorgado que data del año 824.
En un principio nos habíamos planteado hacer la ruta de senderismo, pero como la carretera estaba helada, nos tuvimos que apuntar a la ruta de montaña. Así que desde el histórico municipio de Brañosera, iniciamos la marcha, y enseguida comenzamos la ascensión, eso si, bien abrigados, porque la mañana estaba fresquita, los carámbanos colgaban de las rocas próximas a un pequeño riachuelo, y a medida que subíamos, aparecía nieve a nuestros pies.
El día comenzó soleado pero cuando tomamos cierta altura, unas negras nubes se cernían sobre nosotros, cada vez había mas hielo y nieve en el suelo, y el camino se hacia mas difícil. Pero continuamos ascendiendo por nuestra ruta. Comenzó entonces a soplar un gélido viento, acompañado de una niebla, que hizo que encontrásemos utilidad a todos los componentes de nuestras prendas de abrigo: camisetas térmicas, bragas, bufandas, polainas, forros polares, guantes, y abrigos bien ceñidos y abrochados, con las capuchas bien sujetas.
Paramos unos minutos para reagruparnos y reponer fuerzas, comiendo algunos frutos secos y chocolate, los cuales devoramos rápidamente, para poder continuar sin quedarnos fríos. Ahora si que nos habíamos convertido en auténticos montañeros, ascendíamos sorteando los matojos, que conseguían sobresalir de la nieve, con las ramas cargadas de hielo, eso sí pasito a pasito, porque el camino era duro.
Cuando ya solo nos faltaban cien metros para llegar a la cima, el viento arreció y arrastraba diminutos pedazos de hielo, que nos sacudían violentamente las mejillas, la sensación era como si nos clavasen finísimos alfileres en la cara, que vamos, ríete tú de las cremas con efecto lifting, con este viento, se te quedaba el cutis mas firme, que el culete de un niño.
Al principio las rachas de viento nos golpeaban, pero conseguíamos sobreponernos y continuar, así que cuando nos sacudía un golpe de viento, nos agachábamos para reducir la superficie de contacto con el viento, teníamos que clavar los bastones en la nieve y aferrarnos a ellos para no salir despeñados por el viento, sobre todo los mas delgados, que a duras penas resistían el viento.
En ese momento y en vista de que el viento, era cada vez más violento, los montañeros veteranos, decidieron dar por terminada la ascensión, ya que era imposible mantenerse en pie, así que comenzamos el descenso, con la pena de no haber podido alcanzar la cima, pero a sabiendas de haber tomado la decisión acertada.
A medida que bajábamos el viento cesaba y la niebla desaparecía, de nuevo vimos el sol, pero el descenso no fue sencillo, fuimos varios los que resbalamos y dimos con nuestras posaderas en la nieve, y algunos incluso en el barro.
Regresamos de nuevo a Brañosera, donde dimos buena cuenta del bocadillo y rematamos con un orujillo en el bar del pueblo, pensando en volver otro día con mejor clima.
Polainas
Me ha preguntado por las polainas, yo sinceramente tampoco sabía como eran unas polainas, la verdad es que me sonaba a enaguas o pololos o una prenda antigua.
De hecho el día que dije en casa que necesitaba unas polainas, mi madre me ofreció una especie de calentadores de piel de borreguillo que mi hermano uso para hacer de pastorcillo en un Belén hace años.
Pues efectivamente esa prenda de color naranja rechiscante que llevo en las piernas, son las polainas, y sirven para proteger la parte baja de las piernas del agua, de la humedad y del barro, e impedir que se meta agua en el calzado.